A principios del siglo XX con la revolución industrial extendida ya por toda Europa, junto con el caldo de cultivo de las nuevas ideologías políticas y económicas que comenzaban a surgir, aparecieron nuevas formas de entender la arquitectura, las ciudades y los edificios, además de nuevos materiales de construcción como el hormigón y el acero.
La industrialización aplicada a la arquitectura, acortó los tiempos de construcción, optimizando todo tipo de procesos, permitiendo la prefabricación y a la vez logrando abaratar mucho los costes de edificios y muebles, facilitando mucho la «arquitectura rápida». Afortunadamente contribuyó también al buen saneamiento de las ciudades, ofreciendo en parte mayor calidad de vida a más personas.
Con el paso de las décadas, algunos políticos, constructores y arquitectos comienzaron a mostrar la parte más oscura del capitalismo centrando sus esfuerzos en obtener el mayor beneficio propio con sus obras, olvidando el flaco favor que puede representar su arquitectura "poco pensada" a las ciudades y a las personas.
Una vez superadas las guerras mundiales, la guerra civil y especialmente con la aparición de la informática y todas sus posibilidades de "copia y pega", se materializaron grandes conjuntos de viviendas todas iguales, con la misma poca gracia y mínima sensibilidad por el entorno, o construcciones de tamaño monstruoso que crearon pueblos fantasma, ciudades inhumanas e incluso destruyeron paisajes paradisíacos que tenemos en nuestas islas y en nuestras costas mediterráneas.
El sector de la construcción no tocó fondo hasta pasada la primera década del 2000, en que tras haber mostrado una falta de valores realmente preocupante, llegó una crisis y con ésta tiempo para reflexionar.
Un edificio es una inversión enorme de dinero (quizás la más grande que hará un cliente en su vida), una importante explotación de recursos naturales, un trabajo monumental de muchas personas, un objeto muy grande que perdura generalmente muchas décadas, y finalmente un montón de escombros y basura.
La arquitectura nace con la cabaña como protección para el ser humano, cuyo fin esencial es ayudar a desarrollar y facilitar nuestras vidas.
Se ha hablado demasiado tiempo de estilos arquitectónicos, de arquitectos famosos, de «pelotazos urbanísticos», de los edificios-escultura, de los costes económicos y de otros temas secundarios.
El objetivo principal por encima de todo -incluso de la economía-, es favorecer al ser humano, aportar algo a la ciudad, aliarse con el entorno mejorando sus sistemas, retribuir de algún modo al paisaje y al planeta entero... ¡crear belleza! Es un tema de responsabilidad, de servicio, de amor por los demás.
Necesitamos una conciencia más colectiva, recordar que en este mundo vivimos nosotros y nuestros descendientes, poner de nuevo el foco en el ser humano, en la naturaleza, y en la madre Tierra que es nuestra fuente de VIDA.
Pongamos las máquinas al servicio del ser humano. La arquitectura nos afecta a tod@s, ¡exijamos una arquitectura consciente, respetuosa, bien pensada y bella!
Texto: ArquiNatura
Artículo publicado en la revista online Piensa es Gratis en julio de 2015
Imagen: César Manrique
Comments